olivetianos en acción

LOS ÚLTIMOS DE OLIVETTI

Ya es de dominio público que Olivetti, cesada hace algún tiempo toda actividad industrial en Italia, pone fin a su quehacer comercial en España a final de año. Otra empresa seguirá comercializando y dando asistencia técnica aquí productos con nuestra marca, pero ya no será una persona jurídica Olivetti. La noticia, que posiblemente no sorprenderá a ninguno de nosotros, nos produce a algunos una cierta emoción. A pesar de que la mayoría dejamos la empresa hace ya bastante tiempo, nunca perdimos ese sentido de pertenencia al numeroso conjunto de personas a las que el destino, el azar o, por qué no, la necesidad reunieron en ese singular empeño colectivo que fue la Olivetti española. Hasta me atrevería a decir que para algunos de nosotros, ya desvinculados profesionalmente de la empresa, el sentimiento de pertenencia se ha reforzado, por paradójico que pueda parecer. El paso del tiempo sedimenta las vivencias, las destila en recuerdos y las transforma en un sentimiento de una particular naturaleza e intensidad. Estoy convencido que, seamos más o menos conscientes de ello, el trabajo conjunto y compartido a lo largo de los años ha influido en buena medida en nuestras vidas, en el modo de ser de bastantes de nosotros, que nos hacer ser y sentirnos orgullosamente olivettianos.

Olivetti no ha podido sustraerse a esa ley biológica que rige el proceso del nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia y, por fin, la muerte de todo organismo. La empresa que nació en 1908, se implantó en España en 1929, vivió sus mejores años en el período 1965-1988, para desmembrarse después, reducirse más tarde, languidecer luego y, pese a contar siempre con un magnífico equipo profesional, vivir con una oferta cada vez más limitada el último decenio, muere ahora. Es ley natural.

No obstante, es preciso recordar a muchos componentes de la antigua red de concesionarios presentes en diversas localidades españolas, comercialmente muy activos, y cuyos titulares se forjaron profesionalmente en nuestra empresa. Sabemos que la figura del concesionario exclusivista dejó de existir. Desde hace años venden productos de diversas marcas. Sin embargo, cuando responden al teléfono, lo hacen diciendo: Olivetti, dígame. Es una presencia olivettiana que no se extingue por el cese de nuestra S.A., como bien me ha recordado María Fernanda Ferrer.

He recuperado un organigrama realizado el 30 de junio de 1971. Sintetiza la estructura orgánica y funcional de las empresas españolas del grupo Olivetti en esa fecha. Un total de 6.897 personas trabajábamos entonces en ellas. Creo recordar que algo después la cifra se acercó a las 7.500. No sé cuántas más habría que añadir para tener el total de las que formaron parte del Grupo en un momento u otro. No pocos centenares más posiblemente.

Pero hoy no quiero caer en la tentación de reproducir el documento y menos en entretenerme en comentar aquella compleja realidad organizativa y funcional que sintetiza el organigrama. Queda para otro día. Hoy me basta solo la cifra. Miles de personas participantes y dependientes de un proyecto común. Me gustaría haberlas conocido a todas, a cada una de ellas. Saber si se cumplieron sus expectativas en la empresa, de cómo les fue en su lucha cotidiana, de su progresión personal. De sus familias. De cómo se encuentran. Serán rarísima excepción las que aún no hayan cumplido los sesenta años. Casi no me atrevo a pensar y a escribir ¿fueron felices? ¿Lo son ahora? Al pensar en ellos, en especial en los que tuve más cerca, recuerdo que alguien dijo que escribir es algo que se hace en soledad pero que no es una actividad solitaria.

Casi todos los olivettianos pertenecemos a unas generaciones cuya trayectoria vital se ha desarrollado en las coordenadas marcadas por la familia y el trabajo. Y donde se escribe trabajo puede leerse Olivetti. Hoy las formas de familia han variado. No pocos han deshecho su proyecto común. Quizá iniciaron otro nuevo. Y hoy el trabajo es un bien escaso, inexistente para muchos. Para la mayoría de nosotros el trabajo en Olivetti fue un trabajo para toda la vida al que accedimos además sin demasiadas dificultades. Una utopía hoy y quizá ya para siempre. Recuerdo que en las negociaciones del convenio en las que participé, en la segunda mitad de los 70, me llamaba la atención el hecho de que en la plataforma sindical, mientras yo estuve, nunca apareció la exigencia del mantenimiento de los puestos de trabajo. La principal reivindicación era la salarial. Cosa natural en un periodo de elevada inflación. En los años 80 ya fue otra cosa.

Vivimos en un mundo en profunda y rápida mutación. Ni nosotros somos ya los mismos. Y, sin embargo, algo permanece inmutable en muchos de los que trabajamos en Olivetti: nuestro sentido de pertenencia a un grupo de personas que reconocemos que nos une y potencia el afecto común algo más que una circunstancia azarosa y temporal. No es la causa fundamental el hecho de que hayamos coincidido durante años en la misma empresa, sino la de que por ello hayamos adquirido de manera natural algo que, aunque suene ampuloso, es un cierto bagaje cultural, un modo de ver y comprender nuestro entorno, fruto del muy positivo balance social que pudo presentar nuestra empresa.

Claro que ello pudo ser así porque con toda seguridad cada uno de nosotros perteneció a la partida más importante de su activo: su capital humano.

Por eso, cuando muere ahora la empresa (que no la marca), que tampoco es ya como aquella que conocimos pero que cuando menos ha conservado su nombre, queremos pensar que los últimos hombres y mujeres, profesionales como los que más, los que dentro de pocos días desconectarán los ordenadores, apagarán las luces y cerrarán la puerta por última vez, se sentirán y serán tan olivettianos como somos y sentimos muchos de nosotros.

José Manuel Aguirre

Barcelona. 15 de diciembre de 2014

 

Enviar un comentario

Volver

...