Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado (31)

                      

 

 

           - DESPUÉS DEL CENSO -

Después del censo no hubo tregua. La vida seguía y había que mantener la actividad corriente del departamento. Ciria, Paquita y Silvina eran colaboradores muy eficaces. Pero la carga de trabajo aumentaba y había que atender a nuevas exigencias. Se decidió incorporar un economista al departamento. Vino a trabajar con nosotros José Antonio Pérez del Villar, extremeño, de Villanueva de la Serena, Badajoz. Además de que conocía bien su profesión, se integró rápidamente no sólo en el pequeño ambiente de nuestra oficina, sino que pronto se relacionó muy bien con todos los compañeros de Casa Central. Su ayuda fue valiosísima para mí. Aprendí de él muchas cosas. Yo no era economista y él llenó bien muchas de mis lagunas o, donde yo no llegaba, me suplió con ventaja. Era inteligente y eficaz, además de muy fiable en su trabajo. Trabajó con nosotros durante algunos años. Se casó y pensó en dar otra orientación a su profesión. Quizá pensó que la vida de funcionario resultaría más segura. Estoy convencido de que no lo hizo por buscar un trabajo menos exigente y sin sobresaltos. No le importaba trabajar duro. Quizá deseaba regresar a Madrid. El caso es que se presentó a unas oposiciones a Hacienda, las ganó y nos dejó.

Al inicio de 1969, Agustín Ceballos, Giovanni De Bellegarde y yo emprendimos un viaje por todas las sucursales para supervisar la puesta en marcha de las conclusiones del censo en cada una de ellas. Esta vez conducía el coche el menor de los hermanos Herranz. No venía con nosotros el dott. Vernetti y yo personalmente lo eché de menos. Otra vez una paliza de tres semanas. De Bellegarde pertenecía a la dirección de marketing. Hacía poco que se había incorporado a nuestra empresa, no conocía el país y yo no entendí muy bien qué papel desempeñaba en este periplo. Ello hizo que inicialmente todo resultara un poco incómodo. Debo reconocer, sin embargo, que Giovanni era una persona muy prudente y que sus juicios en cuestiones profesionales estaban guiados siempre por el buen sentido. Llegamos a ser buenos amigos. Recuerdo que una vez tuvimos que ir a Zaragoza no me acuerdo a qué. Decidimos hacer el viaje en mi coche. Yo tenía entonces un Morris 1100 y hacía poco que me habían dado el permiso de conducir. Recogí a De Bellegarde en su casa y emprendimos viaje. Al llegar a Lérida paramos a tomar café. Entonces me dijo si tenía inconveniente en dejarle conducir, porque quería probar el coche. Le di las llaves. Desde el primer kilómetro el coche era otro. Le sacó un rendimiento que no tenía nada que ver con el que yo obtenía. Condujo el resto del viaje. Los italianos, en general, conducen muy bien, él lo hacía de maravilla y sin que su acompañante tuviera sensación alguna de riesgo. Me confesó que en su juventud había sido conductor de rallies.

He viajado en coche con otros compañeros en Olivetti. Sólo podían compararse a Giovanni, Juan Pedro Losada y Mariano Mas de Xaxás, si bien éste era algo temerario. Ambos, además de poseer otras muchas cualidades, eran muy buenos conductores. También Manolo Río lo hacía bien. No delataré a aquellos que me hicieron pasar un miedo de mayor cuantía. Sólo una excepción: mi querido amigo Jaime Hernández Guillem. Viajamos juntos a Italia muchas veces. En Linate alquilábamos un coche y lo dejábamos en ese aeropuerto al regreso. En el primer viaje en que coincidimos alquilamos el coche de rigor. Era un Opel Kapitan. Hacía un día bastante lluvioso. Nos esperaba un viaje largo porque no iríamos directamente a Ivrea. Barbina nos había pedido que fuéramos a recogerle a Varese. Nos dio un plantón de cerca de tres cuartos de hora. Aún no he comprendido muy bien por qué le esperamos. Pues bien, ya en el parking del aeropuerto empleamos algunos minutos en averiguar cómo funcionaba la marcha atrás. Y nada más salir del aeropuerto, en el pequeño tramo de autopista que conduce a Milán, lloviendo mucho, Jaime puso el coche a 140, sin necesidad alguna y sin saber cómo respondería la máquina. ¡Qué pasada! Seguramente quiso saber cómo respondería yo y no el coche. Después de esta experiencia, seguimos siendo muy buenos amigos. Los demás viajes, como ya no había nada que demostrar, fueron más tranquilos. No sé cómo (aunque sospecho que se lo comenté yo), Ceballos supo de esta anécdota. A partir de entonces no volvió a subirse en un coche que condujera mi buen amigo Jaime Hernández.

Un día, a finales de año, Berla me dijo que el director general de la British Olivetti, Mr. Alhadeff, había oído hablar elogiosamente de nuestro censo en Italia y que le gustaría saber algo más. Iban a venir dos colegas británicos a Barcelona. Me pedía que los atendiera y les explicara cuánto quisieran saber. Así ocurrió. Les interesó mucho lo que les expliqué pero no tanto como los exquisitos pulpitos con cebolla que se podían comer en Casa Agustí, en la calle Vergara. Al cabo de un tiempo, nuestro director general me dijo que los británicos iban a celebrar su primera reunión de directores y que Alhadeff le había pedido que yo participara en ella para explicarles en qué había consistido la operación censo y cómo la habíamos llevado a cabo. Berla y yo estábamos encantados. Me dijo que preparara una intervención de unos 50 minutos, naturalmente en inglés. Naturalmente también, yo era absolutamente incapaz de hacerlo. La escribí en español y mi profesor de inglés lo tradujo. La empresa nos había puesto un profesor particular a Ceballos, a Bellsolell y a mí porque Berla quería mandarnos a estudiar una temporada a Estados Unidos, pero eso es otra historia.

Yo no había estado nunca en Inglaterra. Mi intervención tendría lugar un miércoles. Berla me dijo que me fuera el domingo antes para que mi oído se acostumbrara en lo posible a la fonética inglesa (mi profesor era americano) y que me tomara el resto de la semana libre en Londres.

El lunes me presenté en la sede de la British Olivetti, en el número 30 de la deliciosa Berkeley Square, por si había que ensayar o preparar algo. No me hicieron apenas caso, así que me dediqué a conocer Londres. ¿Os acordáis de aquella bonita canción, objeto de múltiples versiones, entre ellas la de Manhattan Transfer y últimamente la de Rod Stewart, llamada A nightingale sang in Berkeley Square?

Al día siguiente por la tarde, me dirigí en tren con muchos de ellos a la ciudad de Harrogate, próxima a Leeds, en el condado inglés de North Yorkshire. En esa bonita ciudad se refugiaron varios departamentos del gobierno británico durante la guerra, cuando los bombardeos de Londres. La reunión se iba a celebrar durante dos días en el marco inigualable del hotel Old Swan. Tenía el encanto algo decadente de un tiempo pretérito. En él se había escondido Agatha Christie cuando su famosa escapada de 1926.

En esa ocasión, tuve la oportunidad de conocer a Massimo Samaja. Era el director de marketing de la British y se decía que había sido destinado a ejercer el mismo cargo en Estados Unidos. Cuando empezó la reunión, Samaja no había llegado. La gente lo esperaba expectante. Cuando llegó, la reunión se interrumpió y los asistentes, puestos en pie, le tributaron una unánime y larguísima ovación. No me cupo duda de que lo querían y admiraban mucho. Cuando lo conocí mejor, primero en Ivrea y luego como director del área Europa, entendí por qué. Samaja, además de ser una excelente persona, era un magnífico profesional. En otra ocasión contaré sus “encuentros” con Pastó, con ocasión de la presentación y discusión de nuestro budget.

Cuando me llegó el turno, leí mi presentación. Todo fue muy bien, hasta que llegó el momento de preguntas y respuestas. Tuvo que desarrollarse con intérprete. Alguien me traducía las preguntas del inglés al italiano, yo respondía en ese idioma y el intérprete intervenía de nuevo.

En la Olivetti newsletter de la British de marzo de 1970, se podía leer la siguiente reseña, referida a la Managers’ Conference held for two days at the Old Swan, Harrogate:

“…Also of interest was an account by Mr. Jose Aguirre, manager of the Economic Studies Office in Hispano Olivetti, of a machine census recently carried out in Spain.

Mr. Aguirre apologies for the quality of his English were rendered completely unnecessary by his impressive style of delivery. The audience as a whole were keen to hear how Hispano Olivetti has achieved its prominent and enviable position by deep penetration of the Spanish market.”

Os había contado que, en mis primeros tiempos en Olivetti, había seguido trabajando en mis ratos libres para una editorial. Concretamente para editorial Marín. Cambié esta actividad por otra. Un día, sería en 1965, vi un anuncio en La Vanguardia de una nueva escuela de negocios entonces poco conocida, llamada EADA, que buscaba un profesor de marketing. Les mandé mi curriculum y me contrataron. Tenía que dar clase de siete y media de la tarde a 10 de la noche, seis días a la semana. Mi vocación por la enseñanza permanecía viva, pero estas clases resultaban algo duras después del trabajo cotidiano en Olivetti. EADA había nacido como escuela con vocación industrial. Sus primeros pasos los dio formando expertos en métodos y tiempos. De hecho, cuando yo llegué, el jefe de estudios era un empleado de Hispano Olivetti, algo mayor, de nombre Joan Viñas Carles. Entonces EADA tenía sus aulas en un edificio de la Gran Vía, frente a la universidad. Me resultaba muy cómodo salir de un sitio y meterme en el otro. Modifiqué en profundidad su programa de estudios y conseguimos que las clases estuvieran siempre llenas. EADA es hoy una prestigiosa escuela de negocios.

Más adelante, me llamaron de ESADE. Me ofrecieron colaborar en los cursos para postgraduados enseñando previsión y programación comercial. Eran unas 30 horas al año. Me encantó hacerlo. Yo estaba preocupado porque mis alumnos eran todos graduados universitarios. Había abogados, ingenieros, químicos, arquitectos… Creía que iba a tener problemas cuando tratáramos ciertos temas que exigían algunos conocimientos de estadística y matemática. Nada del otro mundo, pero yo creía que sabrían mucho más que yo y enseguida encontrarían mis límites. Pero esta hipótesis pareció no confirmarse. A no pocos tuve que explicarles cómo se calculaban en la práctica los parámetros de la ecuación de la recta (que como sabéis es de la forma y = a+bx); qué era el coeficiente de correlación de Pearson, qué significaba, con qué límites y cómo se calculaba. Ningún problema. Berla estaba al corriente de mi actividad docente y me daba toda clase de facilidades.

En ESADE conocí a un profesor extraordinario: José María Veciana Vergés. Este hombre tenía una empresa de formación a otras empresas y me invitó a unirme al grupo de colaboradores. Se lo dije a Berla y me firmó un pacto por el que me concedía unos días al año para dedicarme a esas tareas extra-empresariales. Esto era normal en EE. UU. y pensaba que trabajaba a favor del prestigio de Olivetti. Yo no abusé nunca. Esa actividad docente me obligaba a aprender cosas nuevas que luego podía aplicar en nuestra propia empresa. Veciana tenía unos textos espléndidos, la mayoría compuestos por él después de muchas horas de lectura, estudio y trabajo. Estaban documentadísimos y era un auténtico placer trabajar con él y con tales instrumentos. Enseñando a los demás, aprendí muchas cosas. Cuanto digo lo puede corroborar Losada, que ha colaborado con Veciana mucho más tiempo que yo, de manera privada y también en la universidad.

Cuando, en 1971, el dott. Giovanni Fei sustituyó al ing. Berla en la dirección general de nuestra empresa, yo le expuse el acuerdo que tenía para dedicarme a la enseñanza. Fei me dijo que lo diera por cancelado. Que no podía ser, entre otros motivos, porque podía ser peligroso. Esto no lo entendí y le pedí que me lo aclarara. Me respondió que era peligroso que yo anduviera por ahí hablando descontroladamente de la Olivetti. Había que cuidar la imagen de la empresa. Yo le contesté que si era por eso que no se preocupara, porque de Olivetti no hablaba ni una palabra. Entonces él, realmente sorprendido, me dijo: Oiga, no lo entiendo, si no habla de Olivetti ¿de qué habla?

José Manuel Aguirre

12 de octubre de 2008

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