Recuerdos de un Olivetiano desmemoriado (22)

 

                      

 

 

 - EL CUPO -

Con esta palabra se designó, durante algún tiempo, a los objetivos anuales de venta para la empresa, para cada división, para cada sucursal e incluso para cada vendedor en COMESA. Han pasado muchos años desde que tuve que usarla por primera vez y aún me suena rara. Entonces no me acostumbré a ella y ahora, cuando me vuelvo a tropezar con el dichoso vocablo me pasa lo mismo. ¿Que por qué? Pues porque creo que el término en cuestión tiene un significado contrario al que se le daba en nuestra empresa cuando yo llegué. Busco ayuda en el diccionario de la Real Academia Española y me quedo perplejo. El organismo que “limpia, fija y da esplendor” a nuestra lengua común reconoce a la palabra dos acepciones: 1. Parte proporcional que corresponde a un pueblo o a un particular en un impuesto, empréstito o servicio. 2. Parte, porcentaje en general. ¡Pues vaya! Me aclara muy poco, casi nada. Busco en el Diccionario de Economía, de Ramón Tamames, y la palabra no está. Consulto el diccionario empresarial Stanford, y veo que tampoco la incluye. Sorprendente ¿no? Recurriré al María Moliner, pero como no lo tengo aquí, de momento, sigo.

En el lenguaje económico, sobre todo en aquellos tiempos de carestía, la palabra cupo tenía otra acepción, que humildemente me atrevo a definir: Asignación de una parte de un recurso, generalmente escaso, a una persona, grupo de ellas, empresa u organismo. Se hablaba del cupo de materias primas concedido a una fábrica. Del cupo de gasolina a un taxista y así podría poner otros ejemplos. De otra manera, el cupo venía a ser para los entes productivos lo que el racionamiento era para los consumidores. Si queréis, una forma concreta de racionamiento. Recuerdo ahora que, en aquellos tiempos de escasez, cuando le pedía a mi madre una galleta más, un poco más de chocolate, me decía: No puede ser, hijo, tú ya has cubierto el cupo.

Lo explicaré todavía de otro modo que, por lo menos estoy seguro de que hará sonreír a mi buen amigo Enrique Puig. He tardado 21 entregas en usar estas palabras pero voy a hacerlo. Porque creo que ahora vienen a cuento. El cupo tiene que ver con la eficiencia de una persona, de una máquina o de un sistema; una fábrica, por ejemplo, porque obliga a la mejor utilización posible de recursos escasos. También decimos que un coche es eficiente cuando consume poco carburante. Mientras que los objetivos de venta, en nuestro caso, están relacionados con la eficacia de una persona o de un sistema, como es una organización comercial. Cuanto mayor es el grado de consecución de los objetivos, más eficaz se es. La situación ideal es aquella que logra el máximo de eficacia con un mínimo de recursos (máxima eficiencia). El desideratum: Conseguir lo máximo con lo mínimo. Es lo que trata de hacer mi equipo de fútbol una temporada tras otra. Casi nunca lo ha logrado. Claro que otros (sin mirar a nadie) intentan conseguir el máximo con lo máximo y tampoco lo consiguen.

Bueno, basta de disquisiciones. Volvamos a nuestro cupo. ¿Por qué entonces esta incongruencia aparentemente tan clamorosa? La única explicación que se me antoja plausible es que el uso de esta palabra no nace en la organización comercial, sino en la fábrica. En aquellos largos años de penuria se hablaba de cupos de importación, cupos de materias primas, cupos de productos energéticos. La fábrica trasladó su jerga al sector comercial. Como las máquinas producidas en esta situación no eran suficientes para atender la demanda del país, necesitado de todo, había que asignar un cupo a cada una de las sucursales. De ahí no se podía pasar. No había más cera que la que ardía.

Eso explica quizá – sin que la justifique - aquella actitud de los cincuenta favores. Pero luego los tiempos poco a poco fueron cambiando. Salimos de la autarquía, mejoró la situación económica y aumentó la capacidad de consumo y de inversión y, por consiguiente, también la oferta. Ya no te venían a comprar. Había que salir a vender. Para algunos, las cañas se tornaron lanzas. Por cada comprador llegó a haber más de un vendedor. Pero nosotros seguíamos hablando de cupo.

Reproduzco a continuación una circular de fecha 15 de febrero de 1966. Es la circular nº 66/2.17, con el título CUPO 1.966. La dictó (casi seguro que sin borrador previo) Agustín Ceballos, la mecanografió su secretaria, Isabel García, y la firmó el dott. Vernetti. Por su cronología, no puede ser calificada de incunable, pero en la pequeña historia de nuestra empresa merece serlo.

Toda una pieza literaria ¿verdad?, creo que no tiene desperdicio, aunque, por ponerle un ligero pero, me parece que contiene algún pasaje algo confuso. En cualquier caso. El texto de Ceballos parece confirmar la tesis del origen industrial de la palabra aplicada a la organización comercial.

Me llama la atención que en el punto 4º se afirma que el cupo del 66 se confeccionó en mi departamento. Sinceramente, no me acordaba. Pero luego, al consultar el estudio en el que calculé en nuevo Índice M para el cálculo de las capacidades teóricas de venta en cada zona, vi en el capítulo de los antecedentes que, en efecto, eso fue así. Hasta esta evidencia, estaba convencido de que no tuve esta responsabilidad hasta el año 1967.

Por cierto, ya he podido consultar el Diccionario del uso del español y doña María Moliner no me deja en mal lugar. La tercera acepción de la palabra cupo en su impagable diccionario (todo un monumento a nuestra lengua común) reza así: “Cantidad de alguna cosa racionada que se asigna a cada uno de los que tienen derecho a recibirla”. Y pone el siguiente ejemplo: “El cupo de azúcar asignado a las fábricas de conservas”.

Permitidme terminar con una anécdota. A partir de 1.967, los objetivos de venta para el año – o sea el dichoso cupo – lo entregaba formalmente el dott. Vernetti en su despacho al correspondiente director de sucursal. Asistíamos a esta ceremonia Ceballos y yo. Recuerdo que algunos directores estaban más pendientes del cupo de los demás que del suyo. No era esta la actitud del dott. Sinigaglia, al que no le hacía ninguna gracia la ceremonia. Le tenía sin cuidado su cupo y el de los demás. No le gustaba ni el celebrante ni los diáconos. En una ocasión, al recibir su receta –sonriente, eso sí -, nos decía: Cuando baje a mi despacho, meteré este papel, sin mirarlo, en un sobre. Lo cerraré y sólo lo abriré el próximo 31 de diciembre para ver si han acertado ustedes.

José Manuel Aguirre

Barcelona. 2 de setiembre de 2008.

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